El
martes nevó en mi ciudad, así que, olvidando el frio y las calles resbaladizas,
me abrigué hasta no pertenecerme, para caminar sobre mi destino. La nieve es mi
infancia, y, los años oscuros del colegio. Nunca me gustó el colegio de monjas,
al que me apuntaron mis padres: las niñas eran malas, envidiosas, groseras,
antipáticas, crueles; las monjas eran unas maniáticas, que me pegaban si no sabía
leer o sumar bien. La nieve es mi abuelo, materno, y su recogedor azul en el
balcón, desde donde mirábamos los kilos blancos, sobre los tejados de enfrente.
La nieve, es el día el que que murió mi abuelo. La nieve en mi madurez, es no caerme, para
seguir sobreviviendo en un mundo que a veces me da asco, pues ha olvidado la
empatía, el sentimiento, la belleza, la bondad; un mundo que yace sepultado
debajo del egoísmo, de la envidia, del grito, de la náusea, de la guerra, del
dolor. No quiero vivir, en un mundo, al que no pertenezco, por eso escribí mi
nombre sobre la nieve, para soñar en otra realidad; donde los seres humanos
teñidos de esperanza se den las manos, no se las incineren en medio de la
incertidumbre. Mi nombre, es solo uno más, que lucha por construir
una sociedad sin miedo, ni dictaduras; por una sociedad libre, donde sonreír no
sea pecado
domingo, 28 de noviembre de 2021
Nombre en la nieve
Ana Tapias( todos los derehcos reservados)©
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