Mi vida
personal, me tiene agotada con los valles de dolor que sufro, por la mala operación
de cataratas de mi padre, gracias a unos pésimos cirujanos, pero de vez en cuando, me cuelo entre los titulares de
los periódicos, y me acerco a la crueldad de una guerra, que es una invasión, y
descubro los rostros de quienes la
planifican, desde el silencio de sus despachos; entre ellos, se encuentra un general, de cuyo
nombre no quiero acordarme, que asedia la ciudad de Mariupol; que se ha
convertido en un collage de destrucción, con miles de personas que pululan en
medio de los bombardeos incesantes; puesto que Mariupol, leo, es necesaria para
unir a Rusia con Crimea. Objetivo que merece el asedio de una ciudad sin cesar.
El general, vestido con un uniforme
verde oscuro y cargado de medallas, por sus múltiples méritos como vengador; es
portador de pelo blanco, y ojos azules; que observan, a los muertos, sin detenerse, puesto que en su mapa de violencia, ha de
seguir hacia delante para llegar a la victoria final, que encierra la
destrucción total de una ciudad, que ha perdido la primavera para ser entregada
al llanto, al silencio, al miedo, que se esconde en cada esquina, en cada
calle, en cada avenida, gracias al pensamiento de un general cuya cara de importancia,
ha de ser juzgada por las víctimas, quienes nunca fueron preguntadas si querían
morir al otro lado de la paz.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©