Ser
niño siempre es un riesgo, pero si vives en un mundo civilizado, donde el
bienestar se suma a las leyes, que te cuidan es fácil sonreír entre miradas de
apoyo; es tierno caminar rodeado de seguridad; es obligado jugar entre susurros de inventos;
pero si perteneces a la tribu de los indígenas amorúa, en el departamento de
Vichada en Colombia; has de soportar tu cuerpo esquelético, sucio, demacrado; que
necesariamente, ha de rebuscar en los vertederos, para paliar el hambre que te
acecha como si fuera una muerte anunciada. Encuentro un artículo en un
periódico, acompañado de una fotografía, que me estrangula mi inocencia; que es
la de los niños que agudizan sus ojos, entre lo que nadie quiere, para encontrar un motivo para seguir luchando, sin
caer en el abandono, en el olvido, en la negación de su existencia; que es
sombra de la brutalidad de una sociedad, que no los protege. Esos niños, son
los otros niños, victimas de un mundo, que ha decidido negar su existencia,
para abrazar el egoísmo, que es ceguera del sufrimiento, de lágrimas, de canciones
de duelo; cuyo eco agoniza dentro de sus manos agrietadas de dolor; que sobreviven
en vertederos de miseria, adonde nadie viajara para hacer fotos, y demostrar
que la vida es un cerco de basura para millones de niños, que nunca entenderán
el significado de la palabra infancia.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
No hay comentarios:
Publicar un comentario