Nunca volveremos a ser niños, pero no resistimos
a abandonar los recuerdos de que lo fuimos. Guardo, el vestido de lana, que
tejió, mi abuela Encarna, para una muñeca; que llegó envuelto, en una caja,
a nuestra nueva casa, pues vivíamos, en ese momento, lejos de los abuelos; a
quienes veíamos a través de la fantasía, a las tres de la tarde, la hora del
parte; decía mi madre, y las noticias nos abrazaban a ellos. Nosotros, por el
azar del trabajo de mi padre, residíamos en una ciudad de mar; donde cada mañana, observaba los barcos, la inmensidad, el azul
del horizonte; que no tenía en mi ciudad de origen a la que volví pronto, donde solo podía ir al rio, con las chanclas
de los años ochenta, que aún conservo dentro de mi armario, que saco, de vez en
cuando, para ponérmelas y así disfrazar mi edad adulta de la nostalgia de lo
que fui una vez: niña.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)
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