Cada día, el viejo, dueño de
nuestro destino, echa tierra sobre nosotros. Lo hace, lentamente, sin prisas,
con un toque de fantasía; pues elige, los momentos en función de nuestra hambre,
de dejarlo todo. para fusionarnos con el más allá. Son instantes de olvido, de
pereza, de desesperación, de duda. Son recuerdos, del ayer, donde la
música, es un piano, sin notas, con manos en blanco y negro. Son pinceladas,
del hoy, donde los pasos se vuelven, sordos, en las calles cubiertas de polvo.
Son cantos, de la memoria, donde los abrazos, son esqueletos, cuyo corazón,
siempre late. El tiempo, se agota, sin solución, por eso, hemos de amarlo como
si hoy fuera nunca.
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