La fotografía, es de mi muñeco, de toda la vida. Me lo regalaron,
mis abuelos, maternos, cuando tenía dos años. Le bauticé como "Coco",
debía ser una palabra, fácil de decir, y no he sido capaz de cambiar su nombre,
que me lleva a la niña que observaba, el mundo, con fantasía, cubierta de alegría, abducida por su imaginación. La niña, que
jugaba sin obedecer a las reglas de monotonía. La niña, que corría sin miedo, a
caerse, porqué, sabía que, a pesar de romperse su alma, se recuperaría pronto.
Hoy, anhelo, a esa niña, y por eso, tal vez, aún conservo a Coco.
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