Envejecemos pensando que somos jóvenes, pero nuestra mirada delante del espejo no engaña. No somos ellos, los que sonreían, sin miedo a la muerte. Somos nosotros, que vamos dejando huellas de despedida, en cada palabra, que pronunciamos sin acento; en cada grito, de soledad de un mañana, que nos es esquivo; en cada lágrima, que se desvanece ante la duda; en cada beso, que se vuelve olvido; en cada gesto de abandono de la felicidad; en cada sonido sin eco de futuro. Envejecemos soñando que fuimos niños.
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