Caminaba al lado de una vecina, quien se ofreció a venir conmigo
hasta el Alcázar, hubiera ido sola, pero no supe decirla que no; se le notaba
aburrida con el hombre que estaba sentada; iba despacio, no podía ir a mi ritmo
impreso en mis conmociones interiores; que llevo sujetas a mi mochila de pasos como
si fueran pesos imposibles de dejar atrás; al llegar a los jardines donde
abrazo cada atardecer: alcé mi mirada hacia los árboles, para observar su
desnudez sin las cigüeñas, ya las echaba de menos; sentía su ausencia en
mi cuerpo, abandonado en la soledad de mis huesos rotos en mis lágrimas, que
ellas contenían con sus vuelos imposibles. Hablaba con la vecina, que intentaba
pasar desapercibida junto a mí sombra, cuando apareció ella, y junté mis
vocales y mis consonantes, para escribir la palabra: cigüeña; una de ellas,
permanecía fiel a su nido; tal vez, por ser mayor para volar hacia el mar; tal
vez, por estar enferma para hallar el destino; tal vez, por ser fiel a su
música interior, que le impedía dejar atrás el hogar. Nunca sabré sus motivos,
pero me alegro, una tarde de verano, donde de nuevo, ella fui yo.
© Todos los derechos reservados) Ana Tapias
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