Ayer tuve un dia de esos donde pasar desapercibida es complicado. Amigas a la puerta de casa. Amigos que me contaban cotilleos del sábado noche. Desde que no salgo las cosas han cambiado. No sé sí quiero volver a salir, la realidad de la noche me confunde y una vecina . Estuve hablando con una vecina que se quedó viuda hace unos meses. Hace poco la dí el pésame y se puso a llorar. Me cuesta no llorar sí veo llorar. La abracé aquél día. Ayer estaba más animada. Me contó que venía de trabajar. La pensíon que la había quedado de su marido era exigua, para sobrevivir. Nunca ganó mucho dinero. Sus tres hijos estudiaron con becas. Ahora son dos mujeres y un hombre con sus carreras y trabajos. Trabajos en la cuerda floja, por la especulación de unos sobre otros. Me contó sus peripecias con las máquinas para sacar el billete de Segovia a Madrid, Madrid-Segovia. La empresa que tiene el monopolio de los viajes, nos hace la puñeta con una máquina. Una máquina sin voz que nos deja sin derechos a quejarnos. Una máquina en la que me pierdo, como en la vida. Las vidas son laberintos con seres humanos a los que escuchar.
Ana.
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