En estos días he de buscar una excusa , o varias excusas creibles, para justificar mi no asistencia a la reunión de ex-alumnas, de mi colegio. No fui feliz en él. Fueron años de opresión a mi libertad como niña: las monjas y sus rezos; mis compañeras y sus risas hacia mi. Fui una niña tímida, la perfecta cobaya para las demás. Una niña que imaginaba otra realidad, fuera de la cárcel. Fui una niña que siempre salía elegida como delegada de clase, una delegada de clase muda. Fui maltratada por ellas. Ellas que ahora tras veinticinco años de lejania, se reunen en torno a una capilla. Me declaro atea. Para celebrar el bachiller que terminamos. Mi hermana, con quién compartí clase, si va ir. Y quiere una excusa para mi ausencia. Tengo varias:
- No soporto el recuerdo de aquellos años. Iría con una metralleta y mataria el recuerdo. Una metralleta, no es buena idea, cuando condeno la violencia.
- No me hablo con mi hermana, no me he enterado. Nos peleamos por la herencia. Está excusa es muy creible.
- Soy un ser asocial, tímido y vagabundo de soledad. Soy una mujer sin amigas, que camina ajena al mundo. Está seguro que se la creian, algunas de ellas.
- Ahora sí pienso, y pienso que no deseo confirmar mi vida con un grupo de desconocidas.
La daré a mi hermana, la dirección de mi blog, como tarjeta de visita y la excusa perfecta. Soy libre de ir o no ir. Soy libre. Detesto las excusas, y las personas que van a reuniones para no ponerlas.
Ana.
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