Ayer estuve en urgencias con mi madre, antes viajé en metro, y esperé. Vi rostros preocupados, tristes, somnolientos, agotados por las inclemencias del destino.
En el hospital, hablé con la hija de una señora a quien había dado un trombo al pulmón, y me contaba como fue varias veces a su médico de cabecera, para acabar llamando a la ambulancia. Su madre carecía de pulso. Estaba serena, a pesar del dolor.
En el metro, un hombre sin calor, le buscaba en sus manos, llevaba algo pegado algo a ellas. Se
las tocaba como si fuera su único consuelo. Levanté mi mirada, y dibujé su sufrimiento en mi pensamiento. Ha terminado perdido en las calles de un pais que no es el suyo. Se sentó, me daba miedo. Intentaba pasar desapercibida, miraba al suelo del vagón, sujetaba mi tos con un caramelo. Le veía que movía sus manos, su cabeza caía sobre sus hombros, los rostros que llegaban al hospital estaban más vivos que él, más seguros de que sus pupilas llorarían bajo techo y que alguien recogería sus lágrimas.
La vida se difumina al esperar.
Ana Maria Tapias Garcia.
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