No me suelo disfrazar, ayer algo me llevó a pintarme los labios, a darme color en las mejillas, a ponerme rimel en las pestañas. Tal vez fuera la necesidad de huir del eco de la rutina; de la amiga feliz por haber encontrado el amor, dejando atrás la crueldad del desamor; del amigo simpático que bromea, que rie, pero que sufre la enfermedad de la soledad; del amigo poeta que juega con el silencio; de la amiga agotada de buscarse la vida; del pretendiente que parece algo despistado, pero es listo, sagaz, y puntilloso. Tal vez disfrazarse, sea la mejor máscara para olvidar que la vida nunca es perfecta.
Ana Tapias
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