Una locomotora lenta, ruidosa, se acerca al
mundo. Sus puertas se abren, lanzan un virus que se propaga como si fuera un
incendio sin controlar, que quema los pulmones a millones de personas, que
mueren como si fueran víctimas de una guerra, sin metralletas, sin bombas, tan
solo con un ente invisible, que juega con los humanos para desprenderse de
ellos, en cualquier espacio donde sus cuerpos quepan, para ser enterrados en
soledad, sin lágrimas, con llamas del dolor del fallecido, que no esperaba
morir por algo del nunca le hablaron, ni se imaginó. Los que viven se escoden
dentro de sus casas, si salen, es con mascarillas, con guantes; evitando
cruzarse con familiares, con amigos, con vecinos. La dictadura de la falta de libertad,
se ha instalado en el pensamiento, que solo repite: PCR, positivos,
confinamiento, incidencias, vacunas. Un presidente, sin rumbo fijo, se tambalea
delante de los ciudadanos, quienes miran sus relojes, esperando que se calle,
que se vaya de una vez, que diga la verdad de lo sucedido. Pero, el presidente,
aupado por la irrealidad, no se calla nunca, cree que ha vencido al virus, que
sigue dejando sin latido a miles de personas, que no son capaces de soñar sin
miedo. Campos de exterminio, cunetas, territorios sin nombre; esconden a fantasmas
que se ahogan sin identificar, en medio, del silencio; que nunca hablará para decir la verdad de una
guerra sin tregua, cuya derrota llevamos escrito quienes lo hemos padecido .
A las víctimas del Covid
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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