En
este más de año y media de virus, descontrolado que llevamos, ya nada nos
sorprende, pues tenemos el sistema inmunológico vencido, derrotado, acosado,
por una enfermedad invisible, que se cuela dentro de nuestros pulmones para
asfixiarlos; pues así, han entrado los talibanes en Afganistán, para tomar las
ciudades, los pueblos; que no ofrecen resistencia; que se dejan llevar por la
intolerancia de unos cuantos elegidos; seres de raza superior; de un país
acorralado, por la guerra, por la pobreza, por la corrupción, desde hace muchos
años como para recordar el significado de una sonrisa; que se despide,
silenciosa, al lado de hombres con turbantes, con fusiles, con barbas;
quienes nos miran con osadía, con arrogancia, con verborrea de amenazas. Cuyo
objetivo es sembrar el miedo en nuestros cuerpos occidentales, que no
permanecen ausentes como el de las mujeres, afganas, que se aíslan envueltos
dentro de un vestido tocado por la religión; donde no es posible adivinar el sentimiento; que desfigura el recuerdo de los gestos, que yacen enterrados, en la
soledad, de una ley, escrita para doblegar sueños femeninos; que carecen de
libertad, hasta para hablar dentro de sus, escuetas casas; donde su
presencia molesta a los espejos, ocultos,
dentro de cajones cubiertos de amenazas, de balas, de piedras, que lapidan la
inteligencia, que ha olvidado su sentido, en un país, cuyo aeropuerto, se cubre
de la sangre de inocentes; quienes huyen de la tortura, de unos señores
enfermos de poder, que hablan de un dios, al que no rezan; en el que no creen; puesto que si lo hicieran abrirían sus
almas hacía el horizonte, que llora día y noche en Afganistán.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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