Mi madre guarda fotos, que rescato del
olvido para adentrarme en sus escuetas vidas, al menos de las dos
mujeres: de quienes apenas tengo noticias. Lo que sé, es de oídas, y mi
oído, va envejeciendo. El niño de comunión es mi tío abuelo, Amador,
hermano de mi abuela, Encarnita; quien murió con cuarenta años, recién casado.
A mí tío abuelo, a pesar de no haberlo conocido, le tengo amor. Suena extraño e
incomprensible, pero mi amor hacía él, es espejo del de mi abuela. Es como si
fuera una prolongación de su sonrisa; cada vez que le veo en fotografías, lo
imagino guapo; tanto como mi abuela, o como una de mis sobrinas, que me le
recuerda. Con sus profundos e inabarcables ojos verdes, que conquistarían mundos;
que construirían imperios; que vencerían a los enemigos, sin necesidad de
recurrir a la violencia. Las dos mujeres, eran sobrinas de mis bisabuelos. Las
dos se fueron de España. Adivino que por la pobreza que había en los años veinte.
De la mujer del moño, no sé el nombre, solo el primer apellido “Heredero”,
viajó hasta Cuba donde la fe en Dios, la llevó a ser monja. Ignoro el año de su
muerte, tal vez, conociera la dictadura comunista de Fidel Castro; o tal vez, su
cuerpo se hallaría abrazando la eternidad. La mujer de media melena, se llamaba
Patrocino Sanz, se fue a Chile. Imagino que se casaría, tendría hijos, y
nietos; y tal vez, lleguen mis palabras a sus descendientes, que serán mis
primos, a quienes me gustaría conocer, pues siempre me siento huérfana al ver
fotografías sin bautizar por la realidad
A la memoria de estas tres personas
maravillosas.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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