La vetusta botella, permanece olvidada dentro del armario, donde narra
las historias del ayer, donde las vacas eran conocidas por los niños, que
jugaban a su lado en los pueblos, adonde viajaban a ver a los abuelos. Mis
abuelos paternos, tenían vacas; las veía a través de la ventana de la cocina. Parecían
tranquilas en el corral, donde no me atrevía a salir a saludarlas. Temía
encontrarme, con sus cuerpos, enormes junto a mi pequeñez, que se balanceaba en
la chimenea; donde el abuelo, contaba
historias, mientras la abuela se afanaba en cocinar. Mi abuelo ordeñaba las
vacas, y la leche llegaba a las botellas de la Celese, que vendía el panadero
de casa en casa. Siempre recordaré a Damián, que se dedicaba a la casa de
enfrente, donde tenía unas primas, que la ir a verlas, nos encontrábamos con el
hombrecillo simpático, bonachón, agradable. Era para mí, un héroe con el saco
del pan al hombro y en la mano la caja de botellas de cristal, que repartía
entre risas de las vecinas. Una de las
botellas, ha sobrevivido al paso de los años sin deteriorar su aroma a fantasías,
a sueños, a esperanzas en permanecer dentro de la botella sin envejecer, como
sus letras grandes y su Acueducto.
A la memoria de mis abuelos paternos: Saturnino Tapias y Evarista de
Andrés, con todo mi amor.
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