Dos
días, para ser atendidos por una muchacha eficiente, en una oficina de la luz;
donde la gente, esperaba sin distancia, ni ventilación, en medio de la sexta
ola del Covid, que parece que nunca va a dar tregua a nuestras sonrisas. Mi
padre, se sentó dentro de la oficina y yo entraba y salía, pues el aforo, nunca
cumplido, lo marcaban las sillas de plástico, incómodas y arbitrariamente
distribuidas, por un espacio con muchas quejas, incertidumbres,
preguntas, que rondan las cabezas, de los agotados, clientes, que vagan
entre sus vidas y las vidas ajenas, que les son contadas con premura y
con sosiego, que parecen contradictorias, pero son palabras cercanas;
pues la premura, de la llegada de nuevos clientes, que preguntan y cortan el
relato del sosiego, escupido ante la tardanza, que parece infinita, del número
sacado ayer. Una mujer mayor, de media melena, canosa, vestida con un chándal
gris y zapatillas de deporte gris, me habla, sabe los números que la faltan
para ser llegar hasta la silla gris. No me cuenta porque está allí; debe ser un
secreto altamente valorado pienso; mientras la escucho, desde mi asentimiento
solemne e inmaculado, curtido por tener paciencia con el sufrimiento ajeno.
Desde sus palabras, me acerca a su situación de pensionista, cuyo mísero, paupérrimo,
escaso, sueldo, se va entre pagar la luz y pagar la hipoteca, que no la da para
apenas comer, ni para comprarse nada; desde que no trabaja, solo ha podido
permitirse, unas zapatillas de estar por casa. No supe que contestarla, ni como consolarla; pues,
cada uno de nosotros, tenemos una fuerza, una energía, una costilla interior,
no sé si Adán o de Eva, para sobrevivir al sortilegio de estar vivos y enfrentarnos
con los problemas. que nos acechan desde que nacemos y que nos persiguen hasta
nuestra muerte, rodeada de coronas de flores, que nunca elegimos, que nunca
quisimos, que nunca pedimos, y que también nos robará el sueño cómo pagarlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario