martes, 4 de enero de 2022

La cola de la luz


 

Dos días, para ser atendidos por una muchacha eficiente, en una oficina de la luz; donde la gente, esperaba sin distancia, ni ventilación, en medio de la sexta ola del Covid, que parece que nunca va a dar tregua a nuestras sonrisas. Mi padre, se sentó dentro de la oficina y yo entraba y salía, pues el aforo, nunca cumplido, lo marcaban las sillas de plástico, incómodas y arbitrariamente distribuidas, por un espacio con muchas quejas, incertidumbres, preguntas,  que rondan las cabezas, de los agotados, clientes, que vagan entre sus vidas y las vidas ajenas, que les son contadas con premura  y con sosiego, que parecen contradictorias, pero son palabras cercanas;  pues la premura, de la llegada de nuevos clientes, que preguntan y cortan el relato del sosiego, escupido ante la tardanza, que parece infinita, del número sacado ayer. Una mujer mayor, de media melena, canosa, vestida con un chándal gris y zapatillas de deporte gris, me habla, sabe los números que la faltan para ser llegar hasta la silla gris. No me cuenta porque está allí; debe ser un secreto altamente valorado pienso; mientras la escucho, desde mi asentimiento solemne e inmaculado, curtido por tener paciencia con el sufrimiento ajeno. Desde sus palabras, me acerca a su situación de pensionista, cuyo mísero, paupérrimo, escaso, sueldo, se va entre pagar la luz y pagar la hipoteca, que no la da para apenas comer, ni para comprarse nada; desde que no trabaja, solo ha podido permitirse, unas zapatillas de estar por casa.  No supe que contestarla, ni como consolarla; pues, cada uno de nosotros, tenemos una fuerza, una energía, una costilla interior, no sé si Adán o de Eva, para sobrevivir al sortilegio de estar vivos y enfrentarnos con los problemas. que nos acechan desde que nacemos y que nos persiguen hasta nuestra muerte, rodeada de coronas de flores, que nunca elegimos, que nunca quisimos, que nunca pedimos, y que también nos robará el sueño cómo pagarlas.

Ana Tapias( todos los derechos reservados)©

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