Venia del mercado de los jueves, cargada con el carro de la fruta; solo me faltaba el pan. Dentro de la tienda, vi a Martín con el dueño. Sonó el teléfono, algún encargo, para el dueño, quien estaba solo: así que, descolgó el teléfono (que raro suena esto en tiempos donde el teléfono, ya no está en las casas, sino junto a nosotros) y Martín se dispuso a salir sin ayuda. Dejé el carro, e intenté abrir la puerta para que pasará, bajara el escalón y no se cayera. Me costó, pero lo logré con dificultad. Y el carro, mi carro, cargado de fruta, se lanzó a cruzar la calle sin mirar. Tuve reflejos para atraparlo, antes de que la fruta se quedara en estado de shock, por el frenazo de algún coche, con un conductor malhumorado y cargado de razón, por abandonar, a mi carro a pleno sol. Lo comenté con Martin, no esperaba oírle, y sus labios se movieron; lanzó algunas palabras hacía mi persona y seguro que se fue riendo al encuentro con su soledad.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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