Me da miedo escribir la palabra"muerte", significa ruptura con el aire, con las estrellas, con las nubes, con el amanecer, con la esperanza de una vida sin dolor, con la nostalgia de la infancia.
La muerte es el adiós sin quimioterapia.
Ayer, fui al cementerio de mi ciudad a enterrar al hijo de la tía Inés, Armando, un taxista jubilado, con quien me llevaba bien. Fui amiga de sus hijas, pasamos la infancia juntas, ahora apenas nos tratamos. Estaban inmersas en la dimensión del duelo, adonde no llega el oxigeno, y uno se ahoga. Rita, la viuda, se dejaba llevar por su hijo, quien la guiaba entre tumbas y los nichos, hasta ubicarse en el hogar sin luz, sin calefacción, que visitaran de vez en cuando.
Intentaba despedirme con alguna frase, que traspara la caja de madera, y se depositara bajo su corazón sin latido, pero no fui capaz. Los operarios metían a, Armando, en su nueva casa. Me acerqué a su hija Inés" Lo siento", la dije. Al llegar a su mujer, su hijo, Armandito, me dijo "Iros". Me senti golpeada por su tono violento.
Mi padre y yo nos fuimos al hospital ver a Rafa, una metástasis no anunciada, imprevista, galopante, acaba con él. Yacía tumbado, con un frágil hilo de vida. Hace poco hablé con él, y con su mujer Pepita, en la calle Real, lo noté más apagado, pero no pensé que era cáncer.
Abracé a Pepita, conteniendo las lágrimas, que debían aguantar el impulso de caer al vacio.Le miré con pena, con desgarro, sabiendo que no lo volvería a ver."Adiós, Rafa", le dije. Salí de la habitación, hablé con su hijo, que estaba tranquilo. Bajé en el ascensor con mi padre, nos montamos en el coche, aparcó. En casa, mis sobrinos jugaban felices, ajenos a la realidad a la que deberán enfrentarse.
Ana Tapias
La muerte es el adiós sin quimioterapia.
Ayer, fui al cementerio de mi ciudad a enterrar al hijo de la tía Inés, Armando, un taxista jubilado, con quien me llevaba bien. Fui amiga de sus hijas, pasamos la infancia juntas, ahora apenas nos tratamos. Estaban inmersas en la dimensión del duelo, adonde no llega el oxigeno, y uno se ahoga. Rita, la viuda, se dejaba llevar por su hijo, quien la guiaba entre tumbas y los nichos, hasta ubicarse en el hogar sin luz, sin calefacción, que visitaran de vez en cuando.
Intentaba despedirme con alguna frase, que traspara la caja de madera, y se depositara bajo su corazón sin latido, pero no fui capaz. Los operarios metían a, Armando, en su nueva casa. Me acerqué a su hija Inés" Lo siento", la dije. Al llegar a su mujer, su hijo, Armandito, me dijo "Iros". Me senti golpeada por su tono violento.
Mi padre y yo nos fuimos al hospital ver a Rafa, una metástasis no anunciada, imprevista, galopante, acaba con él. Yacía tumbado, con un frágil hilo de vida. Hace poco hablé con él, y con su mujer Pepita, en la calle Real, lo noté más apagado, pero no pensé que era cáncer.
Abracé a Pepita, conteniendo las lágrimas, que debían aguantar el impulso de caer al vacio.Le miré con pena, con desgarro, sabiendo que no lo volvería a ver."Adiós, Rafa", le dije. Salí de la habitación, hablé con su hijo, que estaba tranquilo. Bajé en el ascensor con mi padre, nos montamos en el coche, aparcó. En casa, mis sobrinos jugaban felices, ajenos a la realidad a la que deberán enfrentarse.
Ana Tapias
No hay comentarios:
Publicar un comentario