La lluvía embadurnaba anoche las calles, los tejados, los árboles, los monumentos, de Segovia. Iba a un bar, había quedado con una amiga y su última conquista, cuando la ví con su perro negro, lanudo.
- Hola, la dije
-¡ Cómo llueve!, respondio.
-Hacía mucha falta.
-Si
Seguí caminando, me guiré hacia ella. Sentí el impulso, la necesidad, de darla el pésame por la muerte de su marido, hacía dos meses, el tapicero. Un hombre alto, guapo, fuerte, víctima de un cáncer
-Siento lo de su marido.
-Gracias. Hago mi vida de siempre. Voy a trabajar con mi hijo. Estoy con los nietecillos, pero, al entrar en casa le echo mucho de menos, dijo profundamente abatida.
-Ánimo, solo fui capaz de murmurar.
Me alejé cargada de su tristeza, lloraba al compás de la lluvía que caía con brusquedad.
Entré en el bar, no habían ido. La tristeza me obligaba a no hacerme preguntas, a no cuestionarme la mala educación de mi amiga, que no fue capaz de avisarme.
La lluvía no daba tregua a mi mirada.
Ana Tapias.
- Hola, la dije
-¡ Cómo llueve!, respondio.
-Hacía mucha falta.
-Si
Seguí caminando, me guiré hacia ella. Sentí el impulso, la necesidad, de darla el pésame por la muerte de su marido, hacía dos meses, el tapicero. Un hombre alto, guapo, fuerte, víctima de un cáncer
-Siento lo de su marido.
-Gracias. Hago mi vida de siempre. Voy a trabajar con mi hijo. Estoy con los nietecillos, pero, al entrar en casa le echo mucho de menos, dijo profundamente abatida.
-Ánimo, solo fui capaz de murmurar.
Me alejé cargada de su tristeza, lloraba al compás de la lluvía que caía con brusquedad.
Entré en el bar, no habían ido. La tristeza me obligaba a no hacerme preguntas, a no cuestionarme la mala educación de mi amiga, que no fue capaz de avisarme.
La lluvía no daba tregua a mi mirada.
Ana Tapias.
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