viernes, 8 de enero de 2016

En el hospital

Ayer, estuve en la séptima planta del Clínico de Valladolid, a mi madre la iban a hacer un"Cateterismo para quemar una arritmia, que lleva años dándola taquicardias constantes. Fui en autobús desde Segovia, que iba parando en cada pueblo que nos salía al paso.  La noche cubría calles, casas cerradas a cal y a canto,  parecían pueblos fantasmas, encerrados en la rutina de no amanecer aún.
 Al llegar a la capital del reino, durante algunos años, pregunté qué autobús tenía que tomar  para llegar al hospital, tras varios interrogatorios, supe que era el autobús número 2. Me dejó en la puerta. Busqué la planta de cardiología. Ví a mi madre al final del pasillo, "La intervención se retrasa una hora por lo menos, ha habido una urgencia", me dijo. Esperamos agonizantes más de una hora en silencio, la sala estaba casi vacía a esa hora. Entraban y salían médicos de la salas de operaciones y de la UVI, que estaba detrás de un pasillo largo e imposible de acceder. Una chica con coleta, sonrisa, gafas y vestida de verde, se acercó"Vamos Carmen", dijo. Ocho meses en lista de espera y la hora de la verdad se adentraba en las paredes de un quirófano. Mi madre entró y me sentí huérfana.  La intervenciión podía durar entre dos horas y tres. Mi padre se fue a tomar el aire, regresó a la hora, estuve sola en aquella sala de espera, imaginando todo tipo de desgracias.A veces me sale la Woddy Allen, que llevo dentro.  La enfermera simpática salió, me habló"¿Qué ha  pasado la pregunté? Mi corazón estaba desbocada, pero, que coño estaba rodeada de cardiólogos. Quería pedirme el horario de autobús de Valladolid a Segovia.  Mi padre regresó,  al rato nos llamaron. Mi madre yacía en una camilla, la veía por la ventanilla. El médico dijo a mi padre" Que no había podido hacer la ablación, pues esa arritmia, sólo tenía tratamiento con pastillas". Se me cayó el diagnóstico del médico de Segovia encima, y mi madre había sufrido una operación en la que la había provocado una taquicardia muy inoportuna y desagradable.
Tras otro rato de espera, pasamos a la habitación. No podía moverse por el boquete abierto en la ingle, que era por donde metieron el caterter. La Femoral, vena imprescindible para vivir, pasaba por allí.
 Me puse en mi lugar, ya más tranquila, y me dediqué a sociabilizarme, fui a la habitación del matrimonio, que esperaban el Cateterismo después de mi madre. Eran del Norte de Palencia pero vivian en Santander con sus hijas. Era la tercera operación  de corazón  que le hacían. Estaba feliz y resignado a su suerte. Tampoco habían podido quemarle la arritmia. "Tengo que tomar unas pastillas de por vida,", me dijo sonriente, y "Ahora voy a estudiar para policia", concluyó.  Quise e a ese hombre, que tan mal lo había pasado otras veces. Me curó el alma de otras historias que vi en el hospital. El matrimonio, a cuya madre de uno de ellos,  habían inducido el coma e intubado, y que moría sin pausa. La hija, cuyo padre nunca habia enfermado y un" Ictus", le había dejado sin memoria. Y la de tantos rostros anónimos cuajados de dolor.
 Me fui del hospital a las seis y media para coger el bus de las siete y media, paseé por Valladolid hasta encontrar la parada del dos,  que estaba enfrente del Teatro Calderón que mi mente asociaba a Conchita Velasco, Lola Herrera, Miguel Delibes. Saqué el billete, la lluvia era infernal. Dos horas y media para llegar a Madrid, me mareaba por momentos,  mientras contaba a mis amigos por Waasap,  cómo estaba mi madre. Al llegar a la Estación Sur de Madrid, oí el llanto de un niño" Mamá, mamá", gritaba, le miré era inmigrante. Descubrí el drama de los refugiados en las lágrimas de un niño, de dos años. Me dieron ganas de abrazarle, pero somos de culturas distintas y no hubiera sido correcto.
Cada lugar esconde una realidad que es díficil de entender desde otros ojos.


Ana Tapias.

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