A veces, creo que las fotografías de mis antepasados, llegan hasta mi
memoria para no morir nunca y ser recordadas dentro de mis palabras que buscan,
que interrogan, que persiguen; cada
gesto, cada mirada, cada susurro, de rostros, de los que solo conozco lo que me
han contado vagamente, mis abuelos o mi madre; quienes han desdibujado el
pasado, para convertirlo en un presente erosionado por el amor; del que solo
que queda un traje, como el que llevaba, el hermano, de mi abuela Encarna, Amador, en el día de su
boda. Un derrame cerebral, acabó con su vida a los pocos meses de casarse, con
cuarenta años. Historia terrible, que he escuchado muchas veces; las mismas que
he visitado su nicho en el cementerio de Segovia; donde Amador Heredero Sanz, fue un bello, un
hermoso, un distinguido cadáver con un anillo que lo unía hasta la eternidad; pero ella, de quien he tapado el rostro, con
otra foto de mi tío(, a quien quiero sin saber bien por qué)fue una viuda
prematura, que se casó otra vez, e imagino que siempre vivió con dos hombres a
la vez. Intento que mi tío me hable, pero no soy capaz de escuchar su voz, tal
vez, sea un lenguaje perdido dentro de la distancia y por eso, nunca dejaré de
intentar que me explique cómo se llega al destino, sin pasar por la vejez.
A la memoria, de mi tío Amador Heredero Sanz
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