Lo único
que nos queda, de aquellos seres que amamos, son las fotografías y los lugares
donde vivieron. Sus casas, con sus balcones, con sus ventanas, adonde miramos
esperando que nos saluden. Sus calles que pisamos anhelando sentir sus
huellas. Sus sombras que dibujamos en las esquinas, soñando que nos esperan. Sus voces clandestinas, que nos susurran bajo
la lluvia para que no los olvidemos. Sus manos inertes, que nos acarician en
nuestras pesadillas para calmar su ausencia. Su aroma invisible, que inunda
nuestra piel para oler a ayer. Pero el recuerdo, tiene límites que golpean
nuestra memoria hasta dejarla abatida, traicionada, vencida al otro
del destino.
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