Hace un año, algunos enfermamos de Covid junto a nuestras familias, mientras se decretaba el "Estado de alarma"; nuestro encierro fue todo lo traumático que es pasar una enfermedad desconocida, que estaba dejando cadáveres acumulados, apiñados, vencidos, en grandes superficies habilitadas para ello. Puede salir a la calle, cuando el médico me dio el alta telefónica, pasados tres días sin tener síntomas. Fui a la farmacia, a unos metros divisaba la Plaza Mayor, que me parecía extraña, ajena, ausente. Era como si mis pies hubieran sido pegados al suelo, y no los pudiera despegar de la puerta de la farmacia. El corto trayecto de mi casa, donde mi padre estaba aislado, las calles yacían repletas de vacíos, de ausencias, de miedos, de incertidumbres, que congelaban hasta las flores, que no se atrevían a mirar a los seres que como si fueran funambulistas las observaban desde sus balcones. Pasado un año, las calles se sonrojan dentro de las sombras, que tímidamente vuelven a sonreír, esperando que pronto lleguen los abrazos, las caricias, los besos; que se olviden las distancias, los susurros, los desencuentros; para que la vida sea un destino donde acudir, no de donde huir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario