En mi vida, he pasado por varios trabajos, nunca tuve suerte para estar fija; debe ser que el destino me tiene preparado otra cosa, que no ser una funcionaria triste, amargada, odiosa; de esas he visto muchas; tantas que no quiero ser funcionaria: al menos como ellas o como ellos, que no hay género ni para la idiotez, ni para la mediocridad. Llevo unos meses, formando parte de un equipo que agrupa a diferentes profesionales, que intentamos ayudar a la gente. Mi labor, es escuchar a personas detrás del teléfono. Personas enfermas, sencillas, vulnerables. Intento canalizar su miedo y convertirlo en esperanza. Labor complicada, pues estamos encerrados hace un año dentro de nuestras paredes, sin poder salir, sin abrazar el camino, sin cantar bajo la lluvia. Una de mis compañeras, que tal vez sea superior a mí, por su profesión, nunca por su inteligencia, ni por su carrera; vigila mis palabras, las critica, las condena. Es una mujer joven, de mirada perdida, guapa, elegante; que ha olvidado la empatía con el ser humano; que ha perdido la noción del respeto; que ha decidido emborronar mis palabras, tacharlas, gritarlas. Ayer me escupió “Siempre la estás liando", cuando intentaba razonar con una persona, pero no me dejó terminar. Su absolutismo me abruma, me lleva a las lágrimas. Soy vulnerable, como las personas con las que he llorado al otro lado del teléfono. Siempre me dicen, que en los trabajos hay que aguantar mucho para sobrevivir, pero creo que personas como ella, a quien respeto como mujer, deberían estar fuera de equipos que luchan unidos, para logar un mundo sin dolor.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)
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