El tiempo pasa inexorablemente por nuestros cuerpos, hasta convertirlos en meros desechos, que se pegan a las calles, donde son vencidos por ráfagas del destino, cuya dirección es sepultar la memoria, que yace abandonada en el silencio, hasta que llega alguien que recuerda al hombre, o a la mujer, joven, en plenas facultades, con pelo, con sonrisa, con piernas, que salen del marco del olvido, para caminar erguidos en el horizonte, donde se dejan querer por el ayer, por el hoy, y por el mañana
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