Mi abuelo paterno, Leoncio, tenía siete hermanos, entre ellos María. Era
una mujer mayor, de pelo blanco; a quien debía dar besos cuando me lo pidiera.
Nunca me gustaron los besos, tal vez porque era tímida, huraña, desconfiada. La
tía, María, se puso enferma, pocos días después de que la negará un beso, siempre
he llevado ese peso sobre mi conciencia de niña. Nunca tuvo hijos, ni se casó,
pero creo que tuvo algún novio, o al menos fantaseo con la idea, que la pretendió
algún muchacho con el que se ilusionó, pero del que se distanció por consejo de
su padre, un férreo militar, lleno de rectitud, de silencios, de honor, que no
quería que su hija mayor, se fuera de casa con un joven sin futuro. Entregando
a su hija a ser tía de muchos sobrinos, a quienes cuidaría para paliar sus sueños
de madre atrapada en otro cuarto de estar. Los últimos días de su vida, los
pasó en un dormitorio de la casa de mis abuelos. Recuerdo como la bajaran en una silla, casi
muerta, al hospital. No sé qué pensaría en sus últimas horas, tal vez en mi
beso; o tal vez en volar hacía el horizonte, para abrazar otro destino
diferente al que tuvo que resistir
Con amor a mí tía abuela María García Redondo
Ana Tapias( todos los derechos reservados) ©
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