Llevamos
muchos meses, demasiados meses, para muchas familias, con los precios
desatados, imposibles, desorbitados, es lo que han bautizado como inflación.
Cada vez, que voy a la cadena comercial, suelo comparar las ofertas, y
decantarme por una u otra; busco el precio de la lechuga, no deja de subir.
Cuento con mis dedos dentro de mi monedero; he de ajustarme a mis euros, que
corren hacía mi memoria; donde son cambiados por pesetas, y entro con mi
abuela, Encarna, y mi hermana, Encarnita, al economato de dos señoras mayores.
Me sorprenden, sus gafas gordas, su mirada diminuta que a atraviesa los
cristales. Huele a galletas, a supervivencia, a estraperlo, de los años de la
dictadura. Mi abuela, experta en comprar( no he visto mujer que disfrutará más
en el mercado) pide lo básico a las mujeres, que ya lo conocen. Somos gente de
confianza. Hablan con cariño, con amabilidad, con ternura. Me siento como si
estuviera dentro de la alegría; rodeada de productos, que me invitan a ser partícipe
de ellos Mis euros, son depositados en la caja registradora; donde una
mujer harta de dar vueltas, ni me habla; parece una máquina con intermitente
puesto en los dedos. Mi memoria, no quiere salir de la tienda de mi infancia,
donde no existía la inflación, y ahora de que cargar cada día con ella.
Ana
Tapias( todos los derechos reservados)
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