La
niebla no invita a subir escaleras, sino a acurrucarse junto a un pijama de
luz, donde distinguir entre el amor y el desamor; la alegría y la tristeza; la
felicidad del sufrimiento, que se hiela en las calles; que llora en las
esquinas, que agoniza en las ventanas, donde unos ojos, se suicidan cada
atardecer al soñar con un mundo, que no se venda a la tragedia: pero siempre,
queda vestirse de niebla para ser invisible al dolor.
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