No entiendo a la gente que se afana en lograr dinero. El atardecer que vi en Segovia no tiene precio. La catedral al fondo parecía un recortable del pasado con el sol sobre el fondo. El sol ataca su inocencia y la pervierte. Pervierte sus recuerdos. El sol lo abrasa todo. El sol es una realidad. La realidad de cada atardecer. El dinero no puede comprar las sensaciones, al menos las mías.
Ana,
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