jueves, 19 de noviembre de 2015

Josefina

El domingo tuve que hacer cola  para entrar en el autobús de las 15.30,  que me traía a Madrid, me gusta sentarme en primera fila. Pocas veces me duermo, miro la carretera, observo el paisaje, imagino la felicidad de los hombres y de  las mujeres en las casas perdidas, insertas  en los pueblos que dejamos atrás. Subí al autobús pensando en que me tocaría en "la perrera", asi llamaban los estudiantes,  a los últimos asientos, cuando ibamos a la Universidad Autónoma a hacer una carrera.  Se me abrió el cielo, el primero estaba libre. Me senté al lado de una mujer mayor. A los cinco minutos  empezó a hablar, gracias a un comentario mal intencionado que hizo la taquillera al conductor del autobús."Las mujeres somos peores que los hombres",  dijo. No estoy de acuerdo con esa afirmación, pero, no tenía ganas de convencer a esa mujer desconocida, a quien estaba segura que no volvería a ver.
 Josefina es una octogenaria, con una salud de hierro, pelo blanco, media melena, voz pastosa. Habría sido una excelente violinista,  si no se hubíera cruzado en su camino su marido, Nicolás.  Me enseñó su foto, me dejó leer la dedicatoria. Ante mí,  las palabras de un desconocido que declaraba su amor ,eterno, a la mujer del asiento de al lado. Me pregunté¿ Cuándo tendría yo una foto como esa? No expresé mi soledad, callé,  y seguí escuchando su dolor, su vacio por llevar dos años viuda. Es Canaria,  se había enamorado  de un segoviano, no había logrado hacer amigos en la ciudad. Salió de casa para casarse. Siempre había estado muy unida a su madre, que murió a los 102 años.
Había viajado mucho leyendo. No recordaba los libros que había leido."Se me va la olla", decía cuando algo se la olvidaba. Sus palabras me llevaron a hacía dos años,  en otro viaje a Madrid, cuando una mujer igual a ella,  me contó  la historia que la había ocurrido cuando tenia seis años. Su madre se encontró por la calle a una señora,  la dijo" Que su ex compañera de trabajo se moría, que suplicaba agonizando su perdón,  por  todo el daño que la había hecho". Su madre dijo" que no la perdonaba". En  la obscura habitación donde vivían, no más grande que el autobús, sin una sola ventana. Eran muy pobres. A las doce de la noche, ateridos de frio en la cama, oyeron un puñetazo en la puerta.  Su madre alzó la voz"Te perdono", dijo,  y su alma pudo descansar en paz.
 Josefina cree que hay  vida después de la muerte. Yo no sé que creer, pero he de confesar que el trayecto de  Segovia a Madrid se me hizo corta gracias a Josefina.

Con cariño a Josefina.
Ana Tapias

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