A veces, la vida te sumerge en la soledad, nunca buscada, pero necesaria para reconfórtanos en ser lo que queremos ser, y, no lo que otros quieran que seamos. En esas circunstancias, me encuentro desde hace meses. Suelo caminar con tranquilad, con sosiego, con calma, aupada por mi cámara de fotos, mi mejor compañía; cuando cae la tarde, mi dirección sentimental, me deja en los jardines del Alcázar de Segovia, lugar donde siempre me encuentro con el alma de Machado; quien depende del día me saluda o me ignora; sé que sus palabras vagan acariciando los campos de Castilla; donde se pierden con el rumor de las cigüeñas, que van y vienen, en busca de alimento para sus crías, que los esperan agazapados en sus nidos. Al llegar a la verja de los jardines, una señora me dijo que había un pavo “Debe ser el pavo, que siempre intento ver, mientras grita”, pensé. A pesar de mi miedo, a los animales sueltos, le seguí para ver hasta dónde nos llevaba el destino, que siempre es frágil; nuestra unión se trunco al volver a la realidad; donde permaneceremos encarcelados a rutinas aburridas, necesarias, estresantes, pero, de vez en cuando podremos soñar con volver a caminar juntos.
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