Mi padre, lleva todo el año anclado a la
consulta de ojos; donde hemos esperado más horas de las desearíamos. Esta
mañana, fuimos por urgencias, lo que nos aseguraba horas y horas de estar en
una silla, incomoda, rodeados de otras personas, que quieren ser los primeros,
pero debían soportar el orden de llamada de las enfermeras; a veces, bordes; a
veces, simpáticas; que miran con
desidia, con estupor, con resignación a los pacientes, que nos agolpamos como
si fuéramos un rebaño al que domesticar,
pero siempre hay alguien que te lleva la esperanza; esta vez, fue una niña de unos tres años.
Ojos marrones, cubiertos con gafas rosas. Me mira, llevo mascarilla, no puedo
sonreírla; juega con su madre; con su abuela; con el móvil de su madre que
tiene dos. Soporta bien la espera, pero necesita moverse, siempre con su madre
a su lado. Me he sentado enfrente, y termina por acostumbrarse a mi presencia.
Me interroga con sus ojos enormes. Solo se me ocurre, ladear mi cabeza, consigo
que se ría una vez; voy a por otra sonrisa, pero no lo logro, al quitarme la
mascarilla de un de lado, para que se encuentre con mi tímida sonrisa. Ignora
la verdad que esconde, un rostro cansado como el mío, que esboza una débil sonrisa
para que sea feliz, dentro de un espacio, que se ahoga en las lágrimas de los
supervivientes de un mundo de esperas.
miércoles, 22 de junio de 2022
Espera en la consulta
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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