En mi ciudad, hay muchos edificios abandonados a
su suerte; tal vez, nadie quiera hacerse cargo de ellos, pues no lucen su esplendor;
son muertos enterrados delante de todos; que se descomponen lentamente, y cuyo
olor llega a nuestro sentimiento del pasado, a aquellos que lo tenemos;
mientras que otros, caminan ajustados a sus estresadas rutinas de espejos homogéneos,
donde todos son iguales, o al menos lo intentan, para pasar desapercibidos en
la cadena de la vida. En este edificio yacente, se encontraba un Bar- Restaurante
“Casa Chapete”, que ofrecía asados y comida casera. Está a pocos metros del Acueducto;
creo que lo recuerdo abierto, con actividad, con gente, que imagino tendría
sueños por cumplir y paraba en esta casa de comidas, a reposar, para entregarse
a las delicias de una mano experta en servir alegrías; en conquistar corazones;
en paliar soledades, a través de la buena conversación que propiciaría entre
plato y plato. Hay edificios, como ciertos ,placeres, que nunca deberían perderse.
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