Hace unos días, volví a coincidir con
Martin en la tienda, regentada por dos hermanos: Mari y Carlos, que llevan a rajatabla
la contabilidad, los pedidos, y los nombres de los clientes, habituales, que
aún confían en su tienda de toda la vida. Martín, estaba pagando. Descubrí que
lo hacía con una tarjeta de crédito, así sus manos ahorrarían movimientos,
buscando dentro del monedero los euros y la sustanciosa calderilla. La espera,
puesto que la siguiente era yo, se me hizo corta. Abrí la puerta a Martín,
vigilé sus pasos, y bajó con acierto el escalón, y se puso a caminar, cruzó por
el paso de peatones, hasta la otra acera; donde se perdió dentro de mi memoria.
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