La casa de mis abuelos, se deshace en la erosión del olvido de sus
hijos, que van muriendo; y de sus nietos, que descuartizan el sufrimiento de
las sombras del pasado, para ponerlas a la venta, entre odios y venganzas, para
terminar en manos de extraterrestres con otros apellidos; quienes tiran,
quienes reconstruyen, quienes bautizan, nuevos espacios, con su calor, con su
sudor, con su olor; pero el pasado vuelve a mis pesadillas. Mi tía, mayor, que
se fue hace más de treinta años (no la veo la cara, si el pelo; lleva media
melena. Me extraña, la recuerdo con el pelo corto. Al no ver su cara, no me
asusto). Mi tía, está enfrente de la casa de sus padres, delimitando un huerto;
cargado de barro. O ha llovido, o se cultiva así, piensa, mi inteligencia
dormida; que se asusta de ver sus pies sumergidos dentro del barro. Mis
abuelos, también se encuentran allí. He de girar mi cámara, de la memoria, para
verlos mejor. Sus pies, están repletos de barro. Son mayores para coger humedad
en los pies, pienso. Debe ser el amor a
la tierra, a las raíces, a lo que nunca defrauda, pienso. La casa de mis abuelos, siempre será mi abrazo
a la naturaleza, a las vacas, a las gallinas, a los burros, a las personas a
las que pertenezco mis abuelos paternos; cuyos cuerpos, iniciaron un viaje
hacía la eternidad, donde los hallo, sin miedo, sin palabras, en medio del
silencio, donde los escucho y los entiendo.
A la
memoria, con todo mi amor, a mis abuelos paternos: Evarista y Saturnino,
siempre en mi corazón
Ana
Tapias( todos los derechos reservados)
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