Antonio era primo de mi madre; la vida
como siempre actúa de acicate para que, tras la inocencia de la niñez, y, el paso
hacia la madurez, donde los encuentros se pausan, se bifurcan, se separan; cada
uno, vive, acorde, con la fuerza, con la valentía, con la
lucha, que han de sobrellevar. De niños, compartieron sonrisas; de mayores, se
saludaban por las calles, de su pequeña, ciudad; donde asumían sus existencias,
nunca contadas, nunca exploradas, nunca desmenuzadas, siempre silenciadas en casas
con susurros, con caricias, con hipotecas, que transportaban años de frio, de sacrificios,
de nostalgias, de caídas donde levantarse de las heridas del destino. Antonio, era amable, trabajador, sonriente; su
mujer, sus hijos, sus nietos, sus hermanos, sus sobrinos, le lloran. No puedo
dejar de sufrir, a pesar de no habernos tratado apenas; hablo con su cuerpo
ausente, encerrado, dentro de su ataúd; articulo palabras precipitadas de
despedida, que son el amor de la sangre de nuestros antepasados.
A la memoria de Antonio M. García.
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