El destino, me llevó la semana
pasada a un hospital especializado en niños; me cuesta asimilar que criaturas
tan pequeñas; tan dotadas de magia para la fantasía; tan entregadas a la
libertad de los juegos; sean invadidas por la enfermedad; que les acerca al
dolor; que les enfrenta al sufrimiento, que les sume en la desolación de su
encierro en un espacio, con cerraduras, para sus sonrisas; tuve que estar, muchas horas, entre pasillos; mis ojos abrazaban a los niños, que pasaban junto
a mí; entre todos los niños, se me heló el corazón, cuando encontré a una niña
sin pelo, tumbada sobre una camilla, con la mirada asustada; que no entendía
por qué ella, no podía estar el en patio del colegio, susurrando a sus sueños
que volaban junto a su adolescencia; por qué ella, debía formar
parte de un cuadro de mando que ejecutaban otros para salvar su vida; por qué
ella, no saltaba en los charcos olvidados por la lluvia, cada tarde, al salir del colegio. Esa niña, como todos
los niños que sobreviven acosados por la muerte, son pequeños héroes de la
resistencia, que gritan abecedarios de agonía en medio de la rutina; son
pequeños héroes de la alegría, que suspiran con palabras de colores, al otro lado
del arco iris; son pequeños héroes del silencio, que atraviesan laberintos para
instalarse en el horizonte, donde algún día, buscaran sus recuerdos para ser
valientes.
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