Las cigüeñas,
cada primavera, bautizan el horizonte, con sus alas que despliegan como si
fueran abrazos infinitos al paisaje; que se deja acariciar por la nostalgia de
los sueños; por la bondad del recuerdo; por la ternura de silencio; que habla
de infancias, donde jugar a volar, era un delirio de los pies pequeños, que
caminaban con dificultad, mientas saltaban charcos, donde el reflejo del mañana
era un atisbo de libertad. Las cigüeñas, cada primavera, nos invitan a recobrar
la fantasía que olvidamos al crecer.
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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