Es
complicado acostumbrarse a los horarios del día a día; aunque tal vez, sin ellos, estuviéramos
perdidos, en otras realidades, a las que nos asomamos, cada vez, que levantamos
nuestras persianas y descubrimos que el día, ha vuelto a aparecer, pese a
nuestro agnosticismo de sobrevivir a la noche; que nos encierra en
el destino de imágenes imposibles de controlar; que nos invitan a no suicidarnos
en el ocaso de su silencio; que toma la palabra, cada amanecer, donde hemos de permanecer
erguidos ante el dolor de la rutina, que llora, en nuestras miradas, sin
consuelo.
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