Mi sobrino, Guille, ha pasado veinte días con mis padres y conmigo, todo llega hasta la despedida. Un nudo cargado de lágrimas anhelaban salir por mis mejillas, para correr sin miedo, hasta llegar a mis labios, para besarlos con ternura. No salieron, tal vez, Guille, me almacenará, asi, en su memoria
y no quería.
Siempre recuerdo con pena, cada vez que nos ibamos de viaje, mis hermanas, mis padres y yo, en el Ford Fiesta; mi abuelo salía al balcón, obsevaba cómo se alejaba el coche; oia el ruido del motor, que se camuflaba al doblar la calle con otros sonidos. Miraba por la luna de detrás del coche con tristeza, con desolación, con la, aguda, sensación que no lo volvería a ver.
Desde entonces odio las despedidas y los balcones.
y no quería.
Siempre recuerdo con pena, cada vez que nos ibamos de viaje, mis hermanas, mis padres y yo, en el Ford Fiesta; mi abuelo salía al balcón, obsevaba cómo se alejaba el coche; oia el ruido del motor, que se camuflaba al doblar la calle con otros sonidos. Miraba por la luna de detrás del coche con tristeza, con desolación, con la, aguda, sensación que no lo volvería a ver.
Desde entonces odio las despedidas y los balcones.
Ana Tapias
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