Observaba a mi sobrino, unía una y otra vez dos globos a una cuerda; le miraba absorta, intentando adivinar qué inventaría al llegar a adulto. En las terrazas que adornaban la Plaza Mayor, ví a un chico, joven, jugando con fuego, encima de una bicicleta de dos ruedas, poco público le seguía. Enfrente mía, una mujer de veinte años, discutía con su novio. Pensé que alguien que te saca asi de quicio, es mejor dejarlo. Una patrulla de la Policia Nacional acariciaba la seguridad. El malabarista llegó a mi lado, me preguntó dónde había gente para actuar. Mi contestación fue breve, me dio las gracias, se fue. Oí aplausos, se alejaba de la Plaza. Envidié su libertad, su no sometimiento a las normas, su agilidad con la vida.
Ana Tapias
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