Mónica es una vecina de toda la vida, vive en otra calle, en otro bloque, habíamos coincidido poco.
Empezamos a hablar en el parque, mientras su nieta y mi sobrino jugaban. Su marido un hombre menudito, miope, timido, murió de repente. El dolor, la tristeza, la penumbra, se atrincheró en la dulce mirada de Mónica. Al darla el pésame lloramos juntas. Me la encontraba a menudo, intentaba calmar su pasión, anclada en la memoria, que nunca es fugaz con el recuerdo. La animaba, la dejé un libro " La voz dormida" de Dulce Chacón, ama leer.
Salí caminar, la ví, sus ojos seguían mirando al pasado. " Si viviera mi marido podría cuidar a mis nietas, sola no me atrevo, son muy pequeñas", dijo. Me dieron ganas de abrazarla, pero no lo hice, seguí caminando, Mónica se difuminó en el laberinto de las emociones.
Salí caminar, la ví, sus ojos seguían mirando al pasado. " Si viviera mi marido podría cuidar a mis nietas, sola no me atrevo, son muy pequeñas", dijo. Me dieron ganas de abrazarla, pero no lo hice, seguí caminando, Mónica se difuminó en el laberinto de las emociones.
Ana Tapias
No hay comentarios:
Publicar un comentario