Cuando voy a la Estación de autobús, me
suelo fijar, en las personas, en sus
actitudes, en sus rostros. Algunos, parecen perdidos en medio de los andenes;
escondidos, de la realidad, al lado de la marginalidad; asustados, de una
sociedad, que los obliga a permanecer yacentes; cohibidos bajo la manta
de sus silencios. El hombre de la columna, hablaba con una mujer, sentada a su
lado. No fui capaz de escuchar sus palabras; pero si, de leer en su soledad, que no podía
viajar hacia un destino sin tragedias, sin lágrimas, sin culpabilidad. Mientras
los autobuses llegaban y se iban. La vida nunca se detiene ante el sufrimiento.
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