Últimamente, vuelvo con asiduidad a mi infancia, donde creía en la bondad de mis compañeras de colegio, de mis amigas, de mi familia, pero la realidad es implacable, dura, cruel, y, he perdido la fe.
Mi pensamiento, columbra hacia aquellas tardes, en las que mis abuelos, maternos, entraban en el Cuarto de estar sonrientes, con un paquete coronado por un cordón amarillo, que nunca lograba desatar a tiempo de mi hambre, y que ocultaba una bamba de crema, llena de amaneceres sin erosionar. Pasados tantos años, la saboreó con la nostalgia del recuerdo, en el que aún creo.
Ana M. Tapias. G
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