Ser flor no parece una profesión fácil, siempre expuesta a ser pisoteada por el destino, sin un techo bajo el que cobijarse, obligada a ser bella, a cuidarse, a someterse a los juegos de palabras del pueblo, que juzgara su postura, su ternura con el entorno, su olor, su cadencia de movimientos, su frescura, su empatía con los insectos.
Pétalo a pétalo, desnudan su fragilidad, para acabar dentro de las páginas de un libro, de un poeta somnoliento.
Ana. M. Tapias. G
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