Estos dias soy canguro de mis sobrinos, sobre todo de Mariana que empieza el colegrio a las 9.30 está en fase de adaptación, entran media hora más tarde que los mayores. De 9 a 9. 30 procuro distraerla para que se la haga corta la espera. El lunes, y el martes estuvimos contando cuentos, chocamos las manos contra las manos, nos reimos, hasta que se abrió la puerta del colegio. Cuatro filas de niños y niñas con un baby blanco azul y un lazo de color: rojo, azul, verde y amarillo, intentan no llorar, no mirar a sus padres, ni a sus cuidadores que los vigilaban austados desde el otro lado de la frontera. Los ojos se alzaban para no perder de vista al bebé que se va a trasformar en hombre o en mujer paso a paso. Muchos lloraban al desprenderse de sus padres. Mi sobrina, niña de guarderia, ha llorado algún día, suele estar contenta, convencida que debe ir al colegio.
Esta mañana iba con su peluche en forma de estrella, queria dormirse hasta que vio a otra niña con un lazo amarillo como el suyo.
-¿ Cómo se llama la pregunté?
-Nora me respondió
Nora no sabía cómo se llamaba mi sobrina, pero eso no las impidió estar media hora jugando. He procurado olvidar mis problemas, los del mundo: la guerra, los refugiados, los asesinatos, el hambre, la sed, la tristeza de tantos rostros contra los que me choco para jugar con mi sobrina y Nora. Me ha costado recordar a la niña que fui, ésa que soñaba con ser mayor; ésa que se ponía los zapatos de tacón de su mamá, y, de su abuela; ésa que insisitía en que los monstruos existían. He superado mi miedo a volver a la infancia y he jugado feliz.
Ana Maria Tapias Garcia.