Cuando nacemos mujeres no sabemos qué significa. Vamos creciendo, observamos el mundo, diferenciándonos de los hombres, a los que hemos de arrebatar a otras mujeres con nuestra belleza impia. Escondemos las espinillas con kilos de maquillaje. Ajustamos nuestro cuerpo a escotes, a pantalones ceñidos, a faldas cortas para lucir el objeto de deseo de un principe azul; quien nos hará realizarnos como mujer, lavando, cocinando, planchando, limpiando. Algunas levantan la voz, piden estudiar, pero sólo pueden hacerlo en carreras de señoritas: maestras, enfermeras, secretarias, axuliares administrativo. Pero, cansadas, agotadas, hartas de negarnos, descubrimos que hay mujeres que no comen chocolate para vengarse de las frustaccciones del destino, que luchan, cada mañana, por sobrevivir en un mundo desigual. Un mundo donde las mujeres somos aún la sombra robada a Adán; donde las mujeres que gobiernan son cuestionadas por sus arrugas; donde las mujeres violadas, maltratadas son culpables de haberse puesto a tiro del hombre; donde soñar con ser cientifica no cotiza en el bolsa de valores; donde otras mujeres ponen zancadillas en el trabajo; donde si pisamos un charco, lloramos o gritamos, nos ofrecen un lexatin para no levantar la voz; donde sonreir en libertad es cosa de locas, o de mujeres que han olvidado la rectitud de los valores; donde caminar sin mirar para atrás es vencer el miedo a ser cuestionadas. Con el paso de los años sobre la espalda, vamos descubriendo que ser mujer es un diccionario en el que escribir nuevas palabras cada dia.
Con todo mi cariño a las mujeres de las que soy parte: bisabuelas, abuelas, madre, hermanas, sobrinitas.
A las que me ayudan en el camino: amigas: Idoia, Fuencisla, Adriana.