Samia,
una niña afgana de nueve años, ha sido asesinada por su marido. Obligada a casarse, a los siete años, por su padre con
un hombre de 33 años. Samia fue entregada para poner fin a una deuda, y a final
su marido que ha huido, ha terminado con su precoz existencia. Marcada por la
violencia primero de su padre, luego de su marido. Pero, Samia como tantas
niñas, debería haber jugado en la calle al escondite con sus hermanos, primos,
vecinos; debería haber soñado que quería ser de mayor; debería haber bailado
bajo el arco iris; debería haber simulado ser una princesa o una bruja; debería
haber escuchado cuentos bajo las estrellas; debería haber imitado a las mujeres
mayores con los tacones de su madre o abuela, como hacía yo. Que me paseaba con
los zapatos por la casa, sintiéndome otra persona, alejada de la rutina de ser
una niña con uniforme que iba a un odioso colegio de monjas. Pero, Samia, nació
en Afganistán, un país donde las niñas son vendidas como si fueran ajos, a los
que desposar con cualquiera, sirviendo de esclavas sexuales a los deseos de
pederastas que se creen hombres, pero, no lo son. Esos países ,donde no se
valora a las niñas las acabarán perdiendo y se convertirán paraísos
artificiales con muñecas de plástico a las que manipular.
A la memoria de Samia, que murió asesinada en Kadanak
Ana Tapias( todos los derechos reservados)©
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