Es curioso como tenemos la necesidad de crear, de
habilitar, de fundar, pequeños mundos, que son espacios que nunca nos
pertenecen, espacios que son de todos, pero que colonizamos con nuestra
presencia diario. Como los parques de nuestra infancia; los bancos que
nos acogen en el cansancio; los rincones olvidados de ciertas calles; las
mariposas que buscan nuestro estómago
los días donde el desamor nos vence. Nuestros, pequeños, mundos nos
rescatan del anonimato de los grandes espacios, donde solo somos hormigas sin
destino
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